Por estos días se llevó a cabo en todo el mundo la IV Jornada Mundial por el Trabajo Decente. Este encuentro lleva a repensar qué es la precarización laboral, un flagelo que recorre desde hace décadas el mundo, pero que adquiere otra dimensión con la crisis presente. La incertidumbre y la inestabilidad se han convertido así en un modo de vida. Por Eduardo Lucita, integrante del colectivo EDI - Economistas de Izquierda.
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A fines de septiembre pasado se realizó en Asunción del Paraguay el seminario “¿Precarización o Trabajo Decente?”, al que asistieron numerosas delegaciones sindicales de América Latina y de España. A inicios de este mes de octubre, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) impulsó la “IV Jornada Mundial por el Trabajo Decente”. Entre nosotros su réplica fue apenas un acto organizado por la CGT en su sede central, sin mayores repercusiones políticas o sociales.
¿Cuál es el significado del término de trabajo “decente”? Es todo un debate ideológico.
La visión de la OIT
El eufemismo busca contraponerse a la precarización laboral, el nuevo fantasma que, junto con la desocupación, recorre el mundo desde hace más de un cuarto de siglo y que puede agravarse en la actual crisis mundial.
Para la OIT, organismo de la ONU integrado por sindicalistas y patrones, el concepto surge como respuesta a la tendencia mundial al deterioro de los derechos laborares registrado en los años ’90 y define al trabajo decente como aquel que cumple con los estándares laborales internacionales. Para esta institución, y tal como lo definiera su Director General, Juan Somavía, estos estándares incluyen condiciones de libertad, igualdad, seguridad y dignidad humana. Cuando alguien trabaja por fuera de ellos se considera que se violan los DDHH de los trabajadores.
La OIT busca armonizar las contradictorias relaciones entre capitalistas y trabajadores, por eso es impulsora de lo que llaman Responsabilidad Social Empresaria (RSE). Pero la precarización de las relaciones laborales ¿es un problema de carencia en la responsabilidad social de los capitalistas? ¿Puede hablarse de trabajo decente en el marco de la relaciones capital/trabajo cuando el asalariado se ve obligado a vender su fuerza de trabajo al capitalista? o ¿cuando en el mundo hay una masa enorme de excluidos de la producción y del consumo? No parece que fuera por ninguna ley divina, por obra de la naturaleza o por falta de responsabilidad. Acertadamente el filósofo Pierre Bordieu ha señalado que “No es un efecto mecánico de las leyes de la técnica o la economía, sino el producto de una política puesta en marcha por un conjunto de agentes e instituciones, así como del resultado de reglas creadas deliberadamente...”
Otra mirada
Para este columnista, la precarización está directamente ligada con las necesidades de la acumulación y reproducción de capitales y es absolutamente funcional a esta necesidad.
La desocupación de masas y la precarización laboral que hoy recorren el mundo son resultado de la crisis capitalista de los años ’70 y de la forma en que el capital salió de esa crisis. Lo hizo impulsando una fuerte reestructuración de sus espacios productivos, industriales y de servicios, utilizando las nuevas tecnologías y bajo la hegemonía del capital financiero. Este proceso incluyó una fuerte ofensiva sobre el mundo del trabajo. Durante más de 30 años se fueron desmontando la mayoría de las conquistas obreras que los trabajadores habían levantado, generación tras generación, como barreras contra la voracidad del capital. Desocupación, caída salarial, precarización, ha sido el resultado más general de esta ofensiva, tendiente a rebajar el piso material en que viven y reproducen su existencia las clases trabajadoras.
La precarización ha jugado un papel decisivo en esta secuencia, su contraparte es el surgimiento de una fracción del proletariado ajena a las relaciones laborales convencionadas. Iniciada en realidad en los años ’80 hoy recorre el mundo. Según un informe de la OIT anterior al estallido de la crisis en el 2008, más del 20 por ciento de la fuerza de trabajo en Europa estaba precarizada, este porcentual alcanzaba al 60 en América latina y al 90 en África. ¿Qué porcentaje será en nuestro país? Seguramente más del 40, hay que tener en cuenta no solo a los trabajadores no registrados, sino también a los contratados registrados, incluso en el Estado.
Inestabilidad laboral
Si la desocupación estructural se constituyó en un fuerte disciplinador social, la precariedad estructural naturaliza la desprotección social -no hay garantías de estabilidad; se despide sin indemnización; ausencia y/o debilitamiento de la cobertura social y previsional; condiciones de trabajo sin regulación; salarios por debajo de los mínimos de convenio. El trabajador queda prisionero de un estado permanente de inestabilidad e incertidumbre.
En un mercado laboral precarizado lo normal es la temporalidad, la intermitencia, entrar y salir del mercado en breve tiempo. El cambiar varias veces de trabajo, no sólo de puesto en una misma empresa, sino de empresa en empresa, de profesión en profesión. Lo único permanente es el cambio: de patronal; de lugar físico; de compañeros; de referencia sindical; de conocimientos... Y este es un verdadero obstáculo a la hora de intentar organizarse, de resistir formas bárbaras de explotación, de luchar por sus derechos. En suma, dificulta el desarrollo de una conciencia de clase.
Más allá de las relaciones
Por la incertidumbre y la inestabilidad que impone la precarización sus efectos se extienden más allá de las relaciones laborales. Se expresa en la imposibilidad de pensar proyectos más allá de lo inmediato; en que la intensidad de los ritmos y la extensión de los horarios que impone afectan la salud física y psíquica de quienes trabajan en esas condiciones; en que pone trabas o limita la vida de relaciones, sea en el ámbito familiar, de pareja o de amistades.
Para los jóvenes, en nuestro país el 60 por ciento de los menores de 24 años trabaja bajo formas precarias, los sueños son de corto plazo, lo inmediato, lo imprevisto es lo que impregna el mundo de los jóvenes, que se constituyen en una suerte de malabaristas de la vida.
La incertidumbre y la inestabilidad se han convertido así en un modo de vida. Por lo tanto cuanto mayor adaptación a los cambios y mayor movilidad tengan las personas, mayores oportunidades se supone que tendrán. El individualismo y la competencia se hacen presentes, la movilidad se toma como un reto, un desafío para el que es necesario prepararse continuamente. Cuando en realidad no hacen más que producir y reproducir estrategias de supervivencia día tras día.
La precarización, la desocupación y el trabajo no registrado son la principal fuente de fragmentación social que hoy vive el movimiento obrero. Enfrentarla requiere desmontar el discurso de la flexibilidad: su carácter supuestamente neutro o aséptico, su inevitabilidad, su carácter técnico, etc. y exponerlo como lo que realmente es: una necesidad del capital para elevar la productividad, la rentabilidad y la competitividad, más aún en este período de crisis sistémica mundial. Se trata de condiciones materiales que llevan implícitas para su desarrollo la negación de todo derecho laboral.
Imágenes: Iconoclasistas
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